martes, 21 de diciembre de 2010

Ultima parada

Como ya dije alguna vez, misteriosamente la primera vez que pasé en el 109 por el paredón verde grafiteado con una poesía, la pude leer entera. A mi tiempo, la deshojé verso por verso y me pareció un aperitivo delicioso para la merienda después me di cuenta que era una buena idea anotarla.

Un par de días más tarde la cosa se me complicó. "qué simpático"- pensé "y si anoto un poquito cada día?". La idea de armarla como si fuese un rompecabezas me pareció divertida casi audaz , el misterio de tomarla de a sorbos me capturó. Luego el asunto se complicó un poco más y empecé a dudar seriamente de las posibilidades de llevar a cabo mi plan. La vida estaba empecinada en ponerme obstáculos. Justo, justito cuando estaba dispuesta a anotar y leer a la velocidad de la luz, lápiz en mano y cuaderno sobre las piernas, algo pasaba y obstruía mi vista. O un colectivo que se me ponía adelante, o una persona que me pregunta la hora, un aumento de velocidad no calculado, cualquier cosa que necesariamente pasaba en aquel momento. Cinco minutos antes hubiese podido viajar observando meticulosa las letras chiquitas de cada propaganda que veía, pero ahí justo ahí… 

“Los cartoneros
arrastran canastas”
....



Y me quedaba ahí.



En fin, un día me cansé de que el destino se me haga el gracioso y tomé una decisión. Me calcé botas y salí a caminar.
Por la calle Cabrera se respiraba el silencio y el aire húmedo. Caminé un rato largo. Desprevenidamente la avisté a lo lejos. Me entusiasmé como quien está próximo a descubrir un secreto.  la espié un poco cuando todavía había una distancia considerable y finalmente me acerqué. Esa poesía se me había escapado tantas veces, se me había escurrido y en ese momento, estaba en frente mío. Accesible, podía tomarla e irme.
Ese día escribí esto:

Sábado 21 de Agosto de 2010

"En el mundo no había pasado nada pero para mí, había cambiado una historia. Y acá estoy, y quién sabe si así como yo decidí acompañar a algún poeta callejero, todos tengamos en algún sitio ojos dispuestos a leernos en silencio, sin que nadie sepa. Ojos que nos conviertan en letras y en nada más que eso, en una vos que habla bajito y se deshace al oído".

Ese día volví a casa y dudé ¿Qué si había roto la magia? ¿Que tiene de especial una poesía escrita en la calle, expuesta para todo el mundo? Mucho mejor era una poesía que no quería que la lean, que se escapaba del 109 y se escondía de mis ojos zappineros y profanadores, acostumbrados a que todo sea fugaz, de paso.

Hoy viajaba con el 109 y pasé por el estacionamiento de Cabrera, cuando me encontré con que en vez de poesía había unos garabatos de colores.
Los cartoneros
arrastran canastas
juntando del suelo
manzanas podridas
y envases vacíos.

Con bolsas de hombres
durmiendo en sandalias
adornan el campo
de la gran ciudad.

Brilla el plástico
del lunes por la mañana
y un edificio
llueve una gota
que riega la calle manchado de acero.

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